Hay arquitectos que, sin necesidad de vivir en la Costa del Sol o en Ibiza, logran en un momento dado multiplicar sus ingresos.
Pasan de la supervivencia a vivir tranquilos y con un buen margen de beneficios.
¿Después de muchos años? ¿Por acumular mucha experiencia? ¿Muchos antiguos clientes que les recomiendan?
Por superar la disonancia cognitiva de esta profesión.
Aún así esto lleva su proceso.
Por eso cuando hablas con ellos sientes un punto de justificación. Un algo así como “sí a mí me apasiona la arquitectura pero es que así no tenía sentido”.
Y esto viene a que en algún momento también les inyectaron en cada neurona y poro la idea de que un arquitecto es una élite que vive preocupada en discusiones sesudas que traerán el bien a la sociedad.
Es decir, también pasaron por ese halo de superioridad. Como pasa en cualquier tribu.
La disonancia cognitiva se da cuando todo eso que creías, choca de bruces con los datos que recibes de la realidad.
Te suena, ¿no?
La tesitura en la que te ves entonces es que todo eso que creías podría no ser cómo te lo habían contado.
Eso produce una gran angustia, claro. Normal entonces que quien decide empezar a apartarse de eso se repita sus justificaciones. En el fondo sabe que está haciendo lo que tenía que hacer, pero eso implica abandonar la tribu.
Y sin tribu, ¿ahora qué eres?
Ante esa sensación, normal que haya gente en redes sociales que se vuelva loca criticando lo que hace el de la otra tribu. Ays, el trabajo interno del cambio sería más j0dido.
La solución es tan sencilla como aceptar que lo que eres hoy no tiene por qué ser lo mismo que lo que serás mañana. Ni lo que fuiste ayer.
Que no pasa nada por abandonar la tribu de los arquitectos a los que les venía el trabajo solo por haber terminado una carrera (si es que realmente esto fue así alguna vez), y pasar ahora a buscarse la vida sabiendo que lo que tiene entre manos es un negocio.
Lo único que pasa es que cuando haces el cambio empiezas a vivir mejor (algunos mucho mejor).
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