– ¿Y qué tal va tu negocio?
– ¿Mi negocio? Yo no tengo un negocio, soy psicólogo.
– Pero tienes tu consulta privada, ¿no?
– Sí, pero no es un negocio.
– Entonces, ¿cómo lo llamas? ¿qué es?
– Pues después de 20 años todavía no sé como llamarlo.
– Pues negocio. Antes todos eran negocios y ponía en la puerta “negocio”. Yo me acuerdo que mi madre me decía “baja al negocio a comprar un kilo de patatas”. Y así eran todos, negocios.
Debía ser por la misma época en que las personas no eran de color sino negras. Las secretarias no eran office manager ni los vendedores asesores comerciales.
Y el mozo de almacén se encargaba del almacén no se dedicaba a logística.
Lo de los CEOs ya merece email aparte.
La desgracia que tiene llamar a las cosas por su nombre sin capas intermedias de excusas es que te pone directo en la situación de tener que hacer. De ocuparte más de ir directo a por el objetivo que de cumplir con la parafernalia.
Incluso te obliga a tener que hacer cosas que te incomodan, que no te gustan. Cuando no se sabe lo que haces, puedes vivir tranquilo el escaqueo. Sin cargo de conciencia. Aceptado por terceros.
No sé qué fue antes si las palabras camufladoras o las personas escaqueadoras.
Quien lleva 20 años entendiendo que lo suyo es un estudio y nada que ver con un negocio, tiene mi admiración. Por haber resistido tanto ese sufrimiento.
Entiendo que algunos con una visión más estoica a lo suyo lo llamen negocio. O más estoico aún, prestar un servicio y que te recompensen por ello.
Así es inevitable que les vaya mejor en la vida, tendrán más claro de lo que tienen que ocuparse. De que no todo es proyectar e ir a obra.
De que hay cosas que forman parte de los negocios que bien usadas, pueden hacerte sacarle más partido a lo que sea que te dediques.
En el caso de arquitectos e interioristas, les explico cómo en su caso particular sacarse más partido con mi servicio.
Empiezas por recibir mis emails gratuitos con consejos para negocios de arquitectura y entiendes más de cómo va todo esto: